Publicidad con alevosía
Recochineo. “Burla o ironía molestas que acompañan a algo que se hace
o dice”, según el DRAE. Pero me gusta más –y a ella la quiero– lo que
nos cuenta María Moliner: “Burla, ensañamiento o refinamiento añadidos a
una acción con que se molesta o perjudica a alguien: ‘Me han dejado el
peor trabajo y, además, con recochineo”. La verdad es que,
comparando las dos explicaciones, la primera parece hecha por un
señorito; de la segunda no nos cabe duda de que la realizó una mujer tan
trabajadora como sabia.
Recochineo, insisto. Una palabra que últimamente ha alcanzado una
lamentable cualidad descriptiva de lo que nos ocurre. Recochinearse es
lo que hacen. Los unos, en sus políticas de ajuste que definen el mundo
que les gusta, el de los poderosos y los siervos. Los otros, en sus
corrupciones, su impunidad y su cinismo. Tomemos, por ejemplo, el caso de la publicidad de los bancos. Sí, los
bancos, esos elementos fundamentales del puzle del fracaso español, con
Bankia a la cabeza, que han recibido la pasta gansa europea que hemos
de pagar nosotros, y que etcétera, etcétera, etcétera, pues sería
recochineo repetirlo.
A mí se me caen los miriñaques del sombrajo cuando escucho que el
banco tal o el banco cual promete dar no sé qué “sin comisiones”, o
cuando presume de su plan de becas e iniciativas, o cuando alardea de
humanidad y cercanía, o de cambios porque ha llegado el momento de
cambiar, o cuando nos dice que no son un banco, sino prácticamente una
obra benéfica. A mí, esa publicidad me revuelve el estómago.
Los bancos deberían saber que cualquier publicidad que emanen es
contraproducente. Sobre todo los que han recibido dinero público, e
incluso aquellos que no han necesitado el rescate, o cuyo comportamiento
modélico –alguno habrá, digo yo– les permite lanzar la primera piedra.
Deberían reflexionar sobre si la publicidad les ofrece los mismos
resultados que a una marca de colonia o de galletas, que por ahora no le
han hecho daño a nadie, pues no aconsejan que nos bebamos la primera y
nos metamos las segundas por el canalillo, que es lo que nos vienen a
decir los bancos: somos buenos, creed de nuevo en nosotros; mira, mira,
mírame la patita, es blanca y soy un cordero.
Visto lo visto, y sufriendo lo que está sufriendo, el ciudadano
español parece que concede el mismo porcentaje de desconfianza a los
políticos y a los bancos: en torno al 95%, según el estudio Values and worldviews,
presentado hace poco por una fundación bancaria, precisamente la del
BBVA. No es de extrañar que cuando aparece en los cines el anuncio de
Bankia de empezar por los principios, los pocos espectadores que hayan
podido permitirse comprar la entrada se entreguen a abucheos sin
precedentes. Yo lo hago, solita, pero con todas mis fuerzas, cuando lo
escucho por la radio. Vocifero como posesa ante cualquier intento de
lavado de rostro perpetrado por los entes bancarios que fueron más
activos en sembrar el terror de las preferentes, y por aquellos –como
quien dice, todos– que se entregan con entusiasmo al crimen de los
desahucios. También me río con –aquí sí– amargo recochineo cuando
recuerdo que, seis meses antes de ser absorbido por otro, Banesto se
publicitaba como “el banco que aprendió a hacer las cosas de otra
manera”. Ya te digo.
La ciudadanía está tan escamada de los bancos como de las campañas
electorales políticas. Promesas incumplidas. Y contra eso no hay
publicidad que valga, sino hechos.
Bajar del pedestal y mezclarse con la gente es algo tan recomendable
en política como en banca. Claro que se arriesgan a que les escrachen
con recochineo, pero así es la vida. Un toma y daca.
Maruja Torres, 5 de mayo del 2013
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