lunes, 9 de diciembre de 2013

Estilo indirecto libre


El estilo indirecto libre consiste en una reproducción de discurso, que representa los contenidos de la conciencia de un personaje (palabras, o, con más frecuencia, pensamientos y percepciones) desde el aquí-ahora de esa conciencia, pero en la voz del narrador, y, por lo tanto, en el tiempo pasado de la narración. La experiencia del personaje es actualizada por el narrador, que imita las posibles expresiones del personaje y adopta su sistema deíctico, especialmente los adverbios de tiempo y espacio. El verbo de comunicación introductor de estilo directo o estilo indirecto desaparece o, a veces, se pospone.
El estilo indirecto libre es ambiguo por excelencia. Esta forma de citar, inadmisible fuera del discurso ficcional de la literatura, deja en penumbras la relación entre el pensamiento y la palabra.

A continuación se transcriben ejemplos de los tres tipos de estilo indirecto libre: reproducción de pensamientos, percepciones y de palabras.

1. Reproducción de pensamientos.
En el siguiente fragmento, los deícticos reflejan dos situaciones de enunciación superpuestas: la del narrador de la novela, que cuenta, y la de Andrés, el personaje que piensa en su propio aquí-ahora. (Los pasajes en estilo indirecto libre están cursiva).

Cierta noche Andrés escuchó un agitarse inusitado en el cuarto debajo del suyo. Algo sucedía. Su atención se adhirió a la voz de su abuela que se quejaba suavemente al comienzo, y que después dio un débil gemido de dolor. Sobrecogido, se sentó al borde de su lecho, con sus pies metidos en las pantuflas. Aguardaba. ¿Y si su abuela muriera? ¿Si muriera allí mismo, ahora, esta noche? Sensibilizados de pronto, sus nervios vibraron a lo largo de todo su cuerpo... ¿No sería esa la solución de todo?... Lo invadió una alegría salvaje... Lourdes, Estela Estela sobre todo se dispersarían a los cuatro vientos en el momento en que la nonagenaria respirara por última vez... Pero el terror de la nada se abalanzó sobre él...¡Su abuela no debía morir! No debía, porque entonces Estela partiría con su muchacha a comenzar una vida, mientras él se quedaba puliendo y dando vueltas entre sus manos, para admirarlos, su diez hermosos bastones.
 (José Donoso, Coronación)

2. Reproducción de sensaciones.
En este caso se mezclan las sensaciones del paciente en el hospital con sus pensamientos, y no siempre se puede distinguir lo que es pensado y lo que es percibido.

Al lado de la noche de donde volvía, la penumbra tibia de la sala le pareció deliciosa... Todo era grato y seguro, sin ese acoso, sin... Pero no quería seguir pensando en la pesadilla... Ya no debía tener tanta fiebre, sentía fresca la cara. Ahora volvía a ganarlo el sueño, a tirarlo despacio hacia abajo. La almohada era tan blanda, y en su garganta afiebrada la frescura del agua mineral. Quizá pudiera descansar de veras, sin las malditas pesadillas. La luz violeta de la lámpara en lo alto se iba apagando poco a poco.
(Julio Cortázar, Final de juego).

3. Reproducción de palabras. 
Cuando el estilo indirecto libre reproduce palabras realmente pronunciadas, despoja a estas de su condición de hechos objetivos, de acontecimientos lingüísticos. Percibimos estas palabras no como pronunciadas, sino como oídas por alguien: lo que el narrador literario reproduce es el reflejo de un discurso en una conciencia. En este ejemplo, un personaje, que se ha casado contra la voluntad de su padre, relata en estilo indirecto libre, lo que le dijo su padre, es decir, cómo oyó él que le hablaba su padre:

Mi padre habló largamente, dejando transparentar, poco a poco, algo de emoción. Yo creía que él me odiaba, cuando la verdad era que siempre había querido mi bien, si se había mostrado alguna vez severo había sido a fin de corregir mis defectos y prepararme para mi futuro. Mi rebeldía y mi espíritu de contradicción serían mi ruina. Ese matrimonio había sido ponerme una soga al cuello. Él se había opuesto pensando en mi bien y no, como creía yo, por hacerme daño, porque ¿qué padre no quería a su hijo? Por lo demás, comprendía que me hubiera enamorado, eso no estaba mal, después de todo era un acto de hombría, más terrible hubiera sido, por ejemplo, que me hubiera dado por ser maricón. Pero casarme a los diez y ocho años, siendo un mocoso, un estudiante...
(Vargas Llosa, La tía Julia y el escribidor)


Otros ejemplos de estilo indirecto libre:

a) Se asomó al balcón. Caían unas gotas de lluvia. Tenía mal gusto en la boca, dolor de cabeza. Ella había dicho que volvería pronto. No iba a esperarla, nada de eso. Bastante tenía con soportarle sus estupideces.

b) Dejó caer la mano de su mujer. Pensó que el matrimonio había terminado. Lo pensó con tristeza, con alivio.
Era libre. Él, Séptimo, era libre, ya que su mujer había tirado el anillo de bodas...
¿Por qué? -preguntó.
Pero ella no lo oía. Era libre, sí, ahora, sí. Una de las niñas lo estaba mirando atentamente.

c) Parecía una letanía, agobiadora y lenta como las noches de vino, despaciosa y cargante, como las andaduras de los asnos.
Y así un día, y otro día, y una semana y otra... ¡Aquello era horrible, era un castigo de los cielos, a buen seguro, una maldición de Dios!...
Y yo me contenía.

d) La cadena de la boza, con la marejada, corría las aletas de popa. El barco levantaba mucho la proa. Simón Orozco pensaba en un mal embarre de la red. Temía que cogiera fondo y no se enganchase, porque llevaba el arrastre con dificultad.
Macario Martín y el contramaestre Afá salieron de la nevera. Colocaron la tapa de madera, después la cobertura de hierro.

e) Quería ir a Marte en el cohete. Bajó a la pista en las primeras horas de la mañana y a través de los alambres les dijo a los hombres uniformados que quería ir a Marte. Les dijo que pagaba impuestos, que se llamaba Pritchard y que tenía derecho de ir a Marte. ¿no había nacido allí mismo en Ohio? ¿no era un buen ciudadano? entonces, ¿por qué no podía ir a Marte?


f) La señora Dalloway dijo que ella misma se encargaría de comprar las flores. Sí, ya que Lucy tendría trabajo más que suficiente. Había que desmontar las puertas; acudirían los operarios de Rumpelmayer. Y entonces Clarissa Dalloway pensó: qué mañana diáfana, cual regalada a unos niños en la playa.
¡Qué fiesta! ¡Qué aventura! Siempre tuvo esta impresión cuando, con un leve gemido de las bisagras, que ahora le pareció oír, abría de par en par el balcón, en Bourton, y salía al aire libre. ¡Qué fresco, qué calmo, más silencioso que éste, desde luego, era el aire a primera hora de la mañana…!; como el golpe de una ola; como el beso de una ola; fresco y penetrante, y sin embargo (para una muchacha de dieciocho años, que eran los que entones contaba) solemne, con la sensación que la embargaba, mientras estaba en pie ante el balcón abierto, de que algo horroroso estaba a punto de ocurrir; mirando las flores, mirando los árboles con el humo que sinuoso surgía de ellos, y las cornejas alzándose y descendiendo; y lo contempló, en pie, hasta que Peter Walsh dijo: “Meditando entre vegetales” -¿fue eso?-. ·”Prefiero los hombres a las coliflores” -¿fue eso?-. Seguramente lo dijo a la hora del desayuno, una mañana en que ella había salido a la terraza, Peter Walsh. Regresaría de la India cualquiera de estos días, en junio o julio, Clarissa Dalloway lo había olvidado debido a lo aburridas que eran sus cartas: lo que una recordaba eran sus dichos, sus ojos, su cortaplumas, su sonrisa, sus malos humores, y, cuando millones de cosas se habían desvanecido totalmente -¡qué extraño era!-, unas cuantas frases como ésta referente a las verduras.

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